A lo largo del día, nuestra mente procesa millones de datos: cientos de personas que vemos en la calle, millones de sonidos, colores, formas... Llega un momento en el que la mente tiende a simplificar esta tarea, para ahorrar energía y facilitar el trabajo, y los procesa todos "por igual", en masa. Es entonces cuando aparece el subconsciente, ese que no descansa nunca y siempre trabaja a pleno rendimiento. Ese que es capaz de identificar, entre toda la nube de puntos semejantes, un punto que destaque de todos los demás. Ese punto pasa del subconsciente a la mente consciente, y una vez allí, es procesado en condiciones, y la mente se recrea en él. El subconsciente nos conoce demasiado bien como para saber que vamos a disfrutar analizando dicho punto...
Pues bien, este proceso ocurre constantemente, el subconsciente trabaja para descubrir puntos que nos llamen la atención, en mayor o menor medida. Y como toda herramienta, hay que tenerla en buena forma, y a cambio nos recompensa con más precisión a la hora de captar los detalles. Porque al fin y al cabo todo se basa en los detalles.
Porque todo suceso se puede descomponer en una sucesión de detalles, y cada uno es tan importante como el suceso en sí. Ser detallista es ser capaz de extraer del total una parte y poder disfrutarla como si del total se tratase. Ser detallista es buscar esa palabra precisa que hace que el texto entero cobre sentido. Ser detallista es realizar un simple gesto que provoque una sonrisa.
Ser detallista es valorar
la fuerza del subconsciente,
apreciar mensaje y forma,
no seguir ninguna norma,
saber pensar en presente...
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