domingo, 1 de diciembre de 2013

Rema, rema...

Estás en medio del mar. Hacia un lado, ves el horizonte en el infinito; hacia el otro, la orilla. Te dejas seducir por el continuo vaivén de las olas, y dejas que te mezan a su merced. Sentado sobre tu tabla, las ondas en el agua se suceden una tras otra, mientras tú esperas esa ola que te lleve donde ninguna otra te ha llevado. Cierras los ojos y centras tus sentidos en el sonido del mar, sientes el agua deslizándose en tus pies, y notas tu corazón latiendo bajo el neopreno. Por tu mente pasan las horas frente al ordenador buscando e interpretando partes meteorológicos, mirando webcams, preparando la tabla esa misma mañana, el camino en coche hasta la playa… En ese instante, sin saber cómo ni por qué, abres los ojos, y descubres por sorpresa la ola que estabas esperando; la ves desde la distancia y la vas analizando, vas calculando su velocidad y su posición, mientras vas girando la tabla para estar preparando cuando llegue. Te tumbas sobre la tabla, y empiezas a remar, lentamente, sin dejar de observar esa onda que se empezó a formar a lo lejos y que cada vez va cogiendo más forma de ola. Notas que desde la punta de los dedos de los pies hasta la coronilla, tu cuerpo entero se estremece, como avisándote de la importancia que tiene ese momento; te obliga a estar en cuerpo y alma ahí, sobre la tabla, y nada de lo que hay fuera del mar importa. La ola se acerca, debes comenzar a remar firmemente. Vas desplazándote sobre el mar mientras tu corazón se acelera poco a poco. Los dedos de los pies ya están en posición, y tú junto a tu tabla también. La llegada de la ola es inminente, remas con todas tus fuerzas y vas ganando velocidad. Empieza la toma de contacto con la ola, notas que te empiezas a elevar, y en ese instante tu corazón late como nunca; tus brazos reman como si no hubiera mañana, sabes que la ola no va a esperar más... ¡Rema, rema, rema! ¡Ya casi estás! Dejas de remar, apoyas los brazos sobre la tabla y te impulsas para ponerte en cuclillas, y…


Ya estás de pie sobre la tabla. Vuelas sobre el mar. Te deslizas sobre la pared de la ola. El tiempo se detiene, surcas el mar mientras la ola te va impulsando. Tu corazón te recuerda lo vivo que estás en ese momento. Tus pies van controlando la velocidad y dirección de la tabla sobre la ola, y en ese momento te sientes el rey del mundo. Con tu mano tocas la ola, sintiéndola y disfrutando de ella. En ese momento, el mar y tú sois uno.

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