lunes, 27 de octubre de 2014

Sigues siendo música

Hoy es un día triste para mí. Tras un infortunio, mi guitarra cayó al suelo y se rompió. Así, sin más.

Y digo "mi guitarra" porque sería injusto que dijera "una de mis guitarras"; no es una más: es la segunda que más tiempo lleva conmigo, pero es la que más me conoce. Once años aguantando mis días buenos y mis días malos, mis cabreos, mis incursiones musicales a altas horas de la noche, mis inspiraciones surrealistas, mis escapadas a la playa, mis experimentos... Once años de viajes, de risas, de lágrimas, de fiestas... Once años de carnaval, de rock, de country, de reggea...

Recuerdo el día que me la dieron: una monitora de mi instituto me dijo que no tenía espacio en su casa para guardarla, y que por tanto iba a tirarla. Y yo, que por aquel entonces estaba empezando a tocar la guitarra y me encantaba el sonido de las acústicas, le dije que en lugar de tirarla que me la diera a mí... y así hizo: al día siguiente vino con su guitarra sin funda para dármela. Desde ese día, su sonido me engatusó, y con el tiempo bien es cierto que fui ampliando la familia de cordófonos, pero si tenía que tocar alguna por su característico sonido, era ella, la única a la que no le había puesto nombre. Y daba igual el estilo de música que quisiera tocar, porque se adaptaba a cada situación, a cada estilo...

Con ella he creado música, he transmitido emociones, me he desahogado, he celebrado cientos de cosas, he vivido momentos inolvidables... Por eso cuando la saqué de la funda tras el incidente y vi el clavijero de madera rajado completamente, noté como si un puñal se me clavara en el estómago, y las lágrimas me invadieron; en ese momento supe que aquello era el fin de una bonita historia musical. Tendré que deshacerme del instinto de echarle mano cuando quiero sacar una canción por primera vez, o cuando voy a la playa con mis amigos y hace falta una guitarra, o cuando quiera relajarme y disfrutar de su sonido.

Hoy se ha ido un pedazo material de mí mismo, aunque la música que me ha dado seguirá siendo parte de mí, de quien soy. Pero nunca imaginé que desencordar una guitarra por última vez fuese tan triste y doloroso...

lunes, 21 de abril de 2014

La vida es más compleja de lo que parece

El velo semitransparente
del desasosiego
un día se vino a instalar
entre el mundo y mis ojos;
yo estaba empeñado en no ver
lo que vi, pero a veces
la vida es más compleja
de lo que parece.

Pensaste que me iba a quebrar

y subiste tu apuesta,
me hiciste sentir el sabor
de mi propia cocina;
volví a creer que se tiene
lo que se merece...
La vida es más compleja
de lo que parece.

Todas las versiones

encuentran sitio en mi mesa;
todas mis canciones
por una sola certeza...

No quiero que lleves de mí

nada que no te marque,
el tiempo dirá si al final
nos valió lo dolido:
perderme, por lo que yo vi
te rejuvenece...
La vida es más compleja
de lo que parece.

Mejor o peor cada cual

seguirá su camino;
cuánto te quise quizás
seguirás sin saberlo...
Lo que dolería por siempre
ya se desvanece:
la vida es más compleja
de lo que parece...

Jorge Drexler

sábado, 29 de marzo de 2014

Ve(n)te

Ven, lejos de aquí,
tan cerca que no pueda ver tu perfil.
Vete, cerca de mí,
tan lejos que pueda ver tu raíz.
Ven, huye de aquí,
corre si puedes y métete en mí.
No, dime que sí,
que quiero verte llena de mí.

Vete, acércate;
aléjate un poco más cerca,
olvídame y vente para acá,
que no quiero verte nunca más
lejos de mí.

Álex O'Dogherty

martes, 11 de marzo de 2014

Road trippin'

Último vistazo a la maleta: ropa de repuesto, crema, cepillo de dientes... Y la entrada del festival. Vale, lo básico está, así que cierro la puerta y voy hacia el coche. Comienzo a conducir y voy recogiendo uno a uno a mis acompañantes de esta aventura, mientras la luna empieza a aparecer por el horizonte. Curvas, rectas, más curvas, más rectas, "mira ese coche, lo mismo también van para allá", "cambia esa canción que ya ha salido dos veces", primer ronquido de uno de los que va sentado atrás, primer chiste malo de los míos (bueno, ya llevaré unos cuantos)...

Primera parada para estirar piernas y primer cambio de turno: ahora me toca sentarme a disfrutar de las vistas. Miro a los que están a mi lado y veo que ambos cabecean al son de las curvas, mientras las canciones se suceden en la noche a la par de las estrellas. La luna nos ilumina el camino, desierto a estas horas de la noche, y nosotros seguimos avanzando y recortando distancia hasta nuestro destino. Según el GPS, faltan unas 6 horas para llegar, unos tres cambios más de conductor, por lo que me entrego al sueño para coger fuerzas.

Al abrir los ojos, veo que ya hemos hecho dos relevos y seguimos en ruta. La luna ya se quedó atrás, y es ahora el sol el que parece asomarse por el este. "Valladolid-Burgos", indicaba un cartel; perfecto, ya queda menos y va todo bien. A mi lado también han hecho relevo de cabeceadores, y en la siguiente parada me toca retomar el volante, así que me enderezo y me intento espabilar a base de charla. Pasado Valladolid, paramos de nuevo y me coloco en el asiento del conductor, a falta de dos horas para finalizar la ruta.

Por fin, ante nosotros, el cartel "Bilbao-San Sebastián". Ya falta poquísimo, apenas media hora. A medida que nos vamos acercando, el sol va ganando altura sobre las casas que empiezan a aparecer al este. Poco a poco empiezan a despertarse los dormilones de la parte de atrás, y cuando ven dónde estamos, el coche entero entra en estado de éxtasis: Bilbao BBK Live, ya estamos aquí.

Ay, carnaval...

Mi primer recuerdo de disfrute carnavalero se remonta al año 1999, sentado en la parte de atrás de un Seat Toledo gris, del cual soy ahora propietario, escuchando con atención la cinta de cassette que mis padres ponían en cada viaje de Cádiz a Villamartín y viceversa. Esa cinta contenía la actuación de la chirigota ganadora del Falla de aquel año: Los Yesterday. Yo, aún inocente pero adicto a la música, me recreaba con lo bien que sonaban aquellas "canciones", con sus punteados, sus rimas, y mientras las escuchaba, leía las letras en el libreto intentando memorizarlas para cantarlas sin leer; me gustaban tanto que hasta le pedí a mi madre que me hiciera un disfraz de hippie para la fiesta de disfraces de mi colegio, para ir como aquellos hippies de Juan Carlos Aragón que tan fuerte pegaron aquel año.

Aunque, según mi madre, este no fue mi primer contacto con el carnaval: por lo visto, con sólo dos años, le pedía a mis padres que me pusieran el VHS de la actuación de El que la lleva la entiende, más conocida como Los Borrachos. Ella, cada vez que me lo recuerda, cuenta que al final del popurrí, cuando se quitaban la ropa, yo me hartaba de reír y me quitaba la ropa yo también.

La cinta de los Yesterday se alternaba con otra que sólo tenía cuplés y pasodobles hablando del Cádiz, y esa cinta me la llegué a aprender de principio a fin de tanto escucharla... desde el mítico "Me han dicho que el amarillo" de La familia Pepperoni hasta la presentación de Los bordes del área; me llevé aquel año entero cantando carnaval.

En los años siguientes, ya en Cádiz, esta afición creció: en el recreo, cantaba carnaval; al salir del colegio, cantaba carnaval; en casa de mis amigos cantábamos carnaval... Hasta que entré en el instituto: en 1º de ESO aprendí a tocar la guitarra, y desde entonces canto y toco carnaval. Y así han trascurrido los años: llegas a enero cantando lo del año pasado, y sales de febrero cantando lo del año pasado y lo de este, y así sucesivamente. Tengo muchos recuerdos de esos años de instituto: sábados de carnaval viendo el pregón, noches con la radio debajo de la almohada escuchando el concurso...

Y un día descubrí algo que me cambió mi percepción de carnaval: la calle. El carnaval en la calle era otro mundo completamente distinto al que conocía; la gente se ponía a cantar en grupitos, disfrazados o no, con guitarra o sin ella, con la única finalidad de pasarlo bien, reírse, y hacer reír. Desde ese momento, me he enganchado aún más al carnaval, pero en su versión más callejera, canalla y desvergonzada. Y así han ido pasando los años y los carnavales, febrero tras febrero, ilegales tras ilegales, romancero tras romancero; siempre rodeado de amigos con los que echar unas risas y buscar una última ilegal antes de irnos a dormir.

Aunque eso de "ya no es carnaval" para mí no tiene mucho sentido porque carnaval es cualquier día del año en el que alguien marca un 3x4 con los nudillos en una barandilla, canta un estribillo mítico o simplemente se junta con sus amigos para tocar la guitarra un rato y acaban cantando un pasodoble dedicado a la pelusa del ombligo, creo que después de una semana viviendo el carnaval del bueno, del que me llegó hasta dentro, del que se hace en y para la calle, puedo permitirme el lujo de decir que ha sido la mejor semana de carnaval de mi vida. Amigos, calle, chirigotas, moscatel, cerveza, disfraces, romanceros, paseos, lugares (Caleta, escaleras de Capuchinos, Corralón, la Palma, Macías Rete...), más chirigotas, guitarras, debut con la chirigota de un gran gran gran amigo mío (después de años pidiéndome que saliera con ellos), rimas improvisadas, salchipapas, "el rock de mis amigos", más moscatel, más chirigotas, "Hufflepuff es mejor que Slytherin", risas, más risas... Sin duda, esta ha sido la mejor semana de carnaval de mi vida.

"Bueno po ya he terminao... Voy a fumarme un sigarro".

lunes, 24 de febrero de 2014

Irremplazable

Aparentemente cada cosa tiene su sustituto. Sustitución que se sucede indefinidamente. Yo creo que nada se reemplaza.

Alejandra Pizarnik, Diarios.

sábado, 8 de febrero de 2014

¿Qué de bueno hay en medio de estas cosas?

Que tú estás aquí; que existe la vida y la identidad, que prosigue el poderoso drama y que tú puedes contribuir con un verso...

jueves, 6 de febrero de 2014

Lo correcto y lo fácil

A lo largo de nuestras vidas, se nos presentan muchísimas situaciones (más de las que creemos o de las que nos damos cuenta) en las que tenemos que tomar decisiones, encrucijadas en las que hay varios caminos posibles, cada uno con sus consecuencias, sus pros y sus contras. Y de entre todos estos caminos, hay dos que destacan por encima de los demás: el camino fácil, ese que tomas sin quebraderos de cabeza y que te asegura estabilidad exterior y que las cosas no van a afectarte mucho, y el camino de lo correcto, el cual te atormenta durante noches y días y se te hace un mundo antes de ser tomado, pero que sabes que cuando lo tomes vas a sentirte en paz y armonía contigo mismo, aún sabiendo que los demás puede que no lo aprueben.

Y ya sabemos cómo castiga la sociedad de hoy en día a aquellos que disfrutamos de paz interior, despojados de falsas morales de mierda y estúpidos convencionalismos. “No puedes no ser un sumiso, la culpa y los remordimientos deben formar parte de tu vida”. Y un carajo metido en un termo. Sentirse bien con uno mismo debería ser inherente al ser humano, aunque tristemente hoy en día abundan las personas que buscan la pena y la compasión ante los demás: lo fácil. ¡Qué cómodo es quedarse en el sofá llorando esperando que las cosas vengan solas, que los demás se muevan por y para ti! Y más cómodo aún es dedicarse a señalar y juzgar a los demás desde tu burbuja, sin preocuparte en mirarte a ti mismo. ¡Qué fácil es criticar los defectos de los demás, sus actos y sus decisiones! Aquí, en el camino de lo fácil, abunda la envidia, la frustración, los celos, la inseguridad, la agresividad… todos ellos disfrazados de enunciados aparentemente inofensivos para uno mismo, pero que en realidad son más hirientes para el emisor de dichos juicios que para los receptores.

Todo ello es mucho más sencillo que, por ejemplo, buscar tus puntos débiles y tus defectos. Y ya si hablamos de reconocerlos, ni te cuento. Y bueno, si de lo que se trata es de corregirlos, apaga y vámonos. Y todo esto se puede llevar a las relaciones con los demás: actuar según tus principios, sean cuales sean, debería ser lo más loable del mundo. Ser capaz de tomar en cada momento la decisión que más se ajuste a tu forma de ser, es una cualidad que desgraciadamente escasea hoy en día (y supongo que siempre lo ha hecho y lo seguirá haciendo), y gran parte de la culpa la tienen las personas del párrafo anterior, que se dedican a boicotear todo intento de emancipación emocional frente a las ataduras morales de esta sociedad enfangada hasta el cuello. Pero a pesar de ello, hay personas que siguen (seguimos) luchando contra viento y marea para continuar siendo fieles a nuestros principios y valores. Sabemos que siempre va a haber gente que, hagamos lo que hagamos, se dedique a juzgar nuestras acciones desde cómodos sillones, yendo sus réplicas desde la reprobación hasta el insulto. Lo fácil sería rendirse ante estas situaciones; lo correcto, seguir adelante. Será duro, sí, pero en cada paso que des, la satisfacción te la llevarás tú y no te la quitará nadie.


Desde aquí quiero animar a todos aquellos y aquellas que día a día vivís siguiendo vuestros principios, con coherencia, respeto, solidaridad, y a pesar de haber elegido el camino “menos fácil”, seguís con la sonrisa en la cara. Al principio cuesta, lo sé, pero en cuanto te pones manos a la obra la sonrisa se dibuja sola. Porque llorar es lo fácil. ¿Te apuntas a sonreír?

sábado, 1 de febrero de 2014

Personas que son más que personas

El primer día de clase con él, flipé. Rompió todos los esquemas mentales que tenía por aquel entonces, tanto en forma como en contenido, al instante de empezar a hablar. Y lo siguió haciendo día tras día, clase tras clase.

Aprendí mucho con él, y de él. Y aprendí hasta física. Pero sobre todo, me enseñó a aprender: si estás seguro de algo, si lo sabes de verdad, nada ni nadie puede hacerte dudar sobre ello, y si lo consigue, es que aún no lo tienes tan interiorizado como creías. Me enseñó que las cosas no son blanco o negro; bueno, sí, pueden serlo, pero "depende del sistema de referencia", repetía una y otra vez, entre risas. En su momento ya era consciente de la importancia de esa frase, pero no pensé que fuera a calarme tan hondo.

Ahora, 7 años después de aquel 4º de ESO, sigo echando la vista atrás para volver a sentarme en aquella clase, su clase, y seguir empapándome de cada ejemplo, de cada palabra, de su forma de vivir y explicar una asignatura, y cada día que pasa, valoro más y más todo lo que viví en aquel curso, todo lo que hizo con, por y para nosotros.

A veces es muy difícil ir en sentido contrario al resto de personas y docentes, dentro o fuera de la escuela. Y más aún cuando vivimos en la sociedad del borreguismo, de papagayos disfrazados de alumnos cuya única misión escolar es vomitar lo escuchado en clase, en parte propiciado por sus (poco/nada preparados) profesores. Es muy difícil decirle a un niño que piense por sí mismo, que sea crítico, y más difícil aún es conseguirlo. Pero tienes que saber que si lo consigues, habrás logrado que al menos a uno de todos esos estudiantes se le encienda su bombillita, se le ilumine la cara, y te agradezca casi sin necesidad de palabras el esfuerzo que acabas de hacer y el haberlo ayudado a saltar a otra dimensión del saber. Y ésto lo hacía él aparentemente sin esfuerzo, y digo "aparentemente" porque sé que en el fondo sí que le suponía un esfuerzo; pero sé que la ilusión y las ganas de enseñar (enseñar de verdad, no enseñar de repetir de forma sistemática un enunciado a modo de dogma) que tenía (y tiene) superaban con creces al desgaste que supone tamaña labor.

Y hoy no es que esté nostálgico, ni tampoco estoy diciendo nada que no le haya dicho antes; simplemente quiero recordárselo: quiero recordarle que fue muy importante en mi "salto" de ver las cosas, fue el culpable de que tanto en sus exámenes como en los exámenes posteriores yo fuese el único que ponía "negativo para la derecha, y positivo para abajo", y quiero hacerle saber que valoro mucho mucho mucho lo que hizo, y se lo agradezco. Fue un orgullo tenerlo como profesor, y posteriormente como amigo (espero que pronto seamos colegas de profesión). Porque motivó mi lado de docente que por aquel entonces dormía plácidamente, y despertó mis ganas de enseñar y transmitir conocimiento (no solo qué se transmite, sino cómo se transmite). Porque cada vez que digo o escucho "depende del punto de referencia", me acuerdo de él. Porque cada vez que le digo a mis alumnos que piensen por sí mismos, me acuerdo de él. Porque cada vez que entro en una habitación para dar clases, me acuerdo de él. Porque lo tengo como referente de profesor y persona.

Gracias, Manolo Bonat.

PD: "La gravedad siempre es negativa porque va hacia abajo".

lunes, 27 de enero de 2014

Soneto del examen

A partir de mañana he de ser fuerte,
y he de serlo durante dos semanas;
aunque no es por gusto, ni tengo ganas:
empiezo los exámenes (la muerte)...

Espero que me acompañe la suerte
y que en todos me suenen las campanas...
que de tanto estudiar tengo hasta canas,
mientras fuera la gente se divierte...

Estoy seguro de que esto no es sano,
mis neuronas están muy distraídas:
ya piensan en el próximo verano.

Este temario se estudia en tres vidas...
¡Venga, dale caña que está en tu mano;
tras esto, vacaciones merecidas!

jueves, 16 de enero de 2014

Puntos en la frente

Nos situamos en un monasterio perdido en algún lugar. En él, hay 100 monjes (en realidad, el número es irrelevante). Los monjes del monasterio tienen hecho un voto de silencio: no pueden comunicarse de ninguna forma con otros monjes (ni verbalmente, ni por signos, ni gestos, ni miradas, ni acciones como "ponerse a la derecha para decir tal cosa", "dar la espalda", etc). Otro dato característico del monasterio es que en él no hay espejos ni nada donde los monjes puedan reflejarse.

Un día llega un abad médico de fuera y los reúne a todos en el salón, y les cuenta que hay una enfermedad terminal contagiosa cuyo único síntoma son unos puntos rojos en la frente. Cuenta también que en el monasterio HAY UNO O MÁS ENFERMOS, y que los enfermos deben suicidarse para no contagiar a sus compañeros. El abad abandona el monasterio sabiendo que hay 11 enfermos, pero no le dijo a nadie el número.

Una vez al día, todos los monjes se reúnen para comer juntos en una mesa donde se ven las caras los unos a los otros; comen sin comunicarse entre ellos de ninguna manera. El undécimo día los 11 monjes que están enfermos deducen, sin lugar a dudas, que son ellos los que están enfermos, así que tras esa comida se meten en sus respectivos cuartos y se suicidan por el bien de la comunidad.

Todos los monjes son muy lógicos y listos, dotados todos de una gran mentalidad matemática. ¿Cómo han averiguado que estaban enfermos?

miércoles, 8 de enero de 2014

El Segundo Círculo

No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Tener acceso a las palabras y no a lo que designan es la más refinada versión del suplicio de Tántalo.
—Puedes pedirme cualquier libro —me dijo el bibliotecario, un demonio plomizo de ojos melancólicos.

(…)

—Éste es el Segundo Círculo, el de los lujuriosos —dijo solemnemente el demonio—. En él encontrarás casi todos los libros de amor...
—¿Casi todos?
—Por supuesto, ya que casi todos ellos dan por válida, cuando no la exaltan abiertamente, la brutal costumbre de devorar a los demás.
—Pero la lujuria…
—El amor es la lujuria —me cortó el bibliotecario—. La lujuria es el apetito desordenado de los deleites carnales, ¿y qué mayor desorden del apetito que el deseo de adueñarse de un trozo de carne en exclusiva y para siempre, de tragarse viva a otra persona…?
—Einstein puso orden en la física tragándose vivo a Newton —dije sin venir muy a cuento, sólo por llevarle la contraria.
—Einstein se tragó vivo a Newton porque estaba muerto. El amor sólo tiene sentido como metáfora o metonimia («meto, nimia, la parte por el todo», como dice el poeta) si los amantes/amados habitan espacios o tiempos distintos… Lo más intolerable es la cohabitación, la grotesca pretensión de compartir la vida, como si la vida fuera una cosa, o, peor aún, una idea… El amor es la lujuria, del mismo modo (y por la misma razón) que la propiedad es el robo… El apego, el afán de posesión (con su vicio complementario, el afán de pertenencia), es la causa de todos los males, no me cansaré de repetirlo. Y de todos los apegos, el amor es el más excesivo y morboso.
—Supongo que te refieres al amor en el sentido restringido de enamoramiento.
—Sobre todo, pero no exclusivamente. El amor en sentido amplio también es un material sumamente inflamable. El amor a la patria, sin ir más lejos…
—¿Dirías que el patriotismo es una forma de lujuria?
—De las peores. Patriotismo y nacionalismo son inseparables, y el nacionalismo es un apetito desordenado de lo carnal simbólico: el objeto del afán de posesión/pertenencia (del amor, en una palabra) del nacionalista es todo un pueblo, con su arbitrario continente físico y su fantasmagórico contenido moral.
»El nacionalista lleva su furor amoroso a la burda desmesura de lo orgiástico: intenta suplir con la cantidad la falta de calidad. Oculta su miedo a la libertad en el tropel; su pánico, en la estampida.
»El nacionalismo sólo puede ser positivo como negación de la negación, es decir, como oposición al imperialismo, al Imperio y sus lacayos. Reafirmar la cohesión interna sólo tiene sentido frente a la invasión disolvente: de lo contrario, la compacidad es pura rigidez, pura esclerosis múltiple…
—El patriotismo no tiene por qué ir unido al nacionalismo —repliqué—. Puede consistir, sencillamente, en sentirse orgulloso de formar parte de un país o…
—Para sentirse orgulloso de algo —me interrumpió el bibliotecario— hay que creer que ese algo, sea lo que fuere, es mejor que sus alternativas. Te puede gustar Italia más que otros países, puedes identificarte con su arte y su cultura más que con otras; pero estar orgulloso de ser italiano implica pensar que es mejor (no más ventajoso o más divertido, sino mejor, en el sentido de cualitativamente superior) que ser belga o iraní.
»El único patriota bueno es el patriota muerto: por eso el patriotismo tiende de forma natural a la inmolación heroica.
»Análogamente, el único enamorado bueno es el enamorado muerto: por eso el amor tiene de forma natural a los celos, la depresión, la violencia y, en última instancia, al suicidio (físico o mental). Ya lo decía Byron: es más fácil morir por la persona amada que vivir con ella. Y menos cruento.
»Triste condición la del mamífero, para quien otro (otra) es el primer cobijo y el primer aliento. Para el niño, el otro (la otra) es la metáfora (o la metonimia, según se mire) del mundo, y luego, para el adulto, para el mamífero reflexivo (es decir, especular), el mundo se convierte en metáfora (o metonimia) del otro (como dice el poeta: “Todo es metáfora del tú, de ti, como si el mundo fuera un gran poema sin salida. No hay camino que no huya de tu sombra. No hay abismo ni vértigo que no acabe en tus ojos. No hay noche que no sea redonda, negra, sin fondo y doble como tus pupilas. He olvidado si alguna vez el mar fue sólo agua, sólo tierra sedienta la arena, si alguna vez las olas no fueron tus labios. No hay pared que no sea tu piel infranqueable…”).
»No en vano se utiliza el término “amor” para aludir, sobre todo, al afecto entre padres e hijos y al afecto entre amantes, básicamente iguales, aunque el tabú del incesto se empeñe en separarlos. El psicoanálisis ha insistido hasta la saciedad en la índole erótica del afecto filial, a duras penas enmascarada por el más universal de los tabús. Pero no es menos grave el aspecto recíproco de la cuestión: la índole filial del afecto erótico.
»En el amor subyace el deseo compulsivo de recuperar ese paraíso perdido en el que la madre era la prolongación del yo, su inagotable fuente de placer y seguridad. En este sentido, el amor es siempre infantil, regresivo: se niega a aceptar la evidencia de la separación irreversible, de la alteridad autónoma e inabarcable; por eso está plenamente justificado que se lo represente como un mamón blando y gordezuelo con los ojos vendados. Y por eso los celos son el más común (amén del más lamentable) de los síntomas del amor.
»Los celos y su nefando cortejo (posesividad, dependencia, ansiedad, agresividad…) son consecuencia lógica de la puerilidad del amor: cuando dos personas, al enamorarse, contraen el compromiso tácito de satisfacer mutuamente sus ansias edípicas, es inevitable que se sientan continuamente frustradas o al borde de la frustración, del abandono, ya que el bebé interior exacerbado por el furor amoroso exige una dedicación constante y exclusiva que en el fondo sabe imposible. Este miedo fóbico al abandono, esta frustración sorda y continua debida al hecho de no ser omnipotente, omnipresente y omnisciente en el universo del otro, se traduce en los celos, el monstruo de ojos verdes que se burla de la carne de la que se alimenta.
»El amor, que a menudo se representa como el último reducto de autenticidad y autodeterminación en vuestra sociedad hipócrita y coercitiva, es en realidad la farsa suprema y la más angosta de las jaulas concéntricas que os aprisionan.
»Los miembros de una pareja se someten mutuamente al más grosero de los engaños (sólo concebible en la medida en que ambos desean ser engañados tanto o más que engañar) y, sujetos por la cadena de una dependencia morbosa, se convierten cada uno en la bola de presidiario del otro.
»Los enamorados firman con su sangre el siguiente contrato elíptico: Tú vas a fingir que yo soy lo más importante para ti, el centro de tu universo, y yo fingiré que tú eres el centro del mío; de este modo, olvidaremos que, desde que salimos de la primera infancia, estamos irreversiblemente solos, cada uno confinado en el centro de su propio universo… Tú vas a fingir que yo soy para ti algo único e insustituible, que estás conmigo precisamente por ser yo, cuando en realidad mi identidad profunda te es desconocida e inasequible, y no soy más que uno entre cientos de actores/actrices que podrían representar el mismo papel para ti; a cambio, yo fingiré que tú eres para mí algo único e insustituible (cosa que me resultará tanto más fácil en la medida en que me hagas creer que yo soy algo único e insustituible para ti), que estoy contigo precisamente por ser tú…
»Abandonándose a una suerte de esquizofrenia especular que merecería el más atento estudio de los psicólogos, los dos actores se creen (o creen creerse) no sólo la farsa del otro, sino también la propia. La única diferencia entre el vil seductor y el enamorado sincero estriba en que el primero sólo engaña a una persona, y el segundo, a dos.
»Tanto engaño mutuo, por otra parte, sólo es concebible en el marco de una mitología sólidamente instaurada. Del mismo modo que la religión es una forma de amor (al padre —es decir, al principio de autoridad— divinizado), el amor es una forma de religión, la respuesta mítica al carácter inasequible e incognoscible de la alteridad. Si la religión es una mitología destinada a conjurar el miedo a la muerte, el amor es una mitología destinada a conjurar el miedo a la soledad, y, como tal, os impide enfrentaros directamente al problema y favorece la perpetuación de una sociedad atomizada (o, peor todavía, moleculizada) y asolidaria, causa básica de la soledad extrema en la que vivís.
—Puesto que mucha gente prescinde de los mitos religiosos —intervine aprovechando una enfática pausa del demonio—, pero casi nadie de los amorosos, ¿hay que deducir que el miedo a la soledad es más intenso e irreductible que el miedo a la muerte?
—En primer lugar, muy pocos prescinden realmente de los mitos religiosos —replicó el bibliotecario levantando el índice—. La mayoría de los que creen prescindir de la religión se aferran a una serie de mitos sustitutorios (seudocientíficos, patrióticos, esotéricos…) que, si no conjuran el miedo a la muerte, al menos alivian el miedo a la vida. En segundo lugar, la muerte propia es un fenómeno único, definitivo y que casi todos veis como algo vago y remoto, algo que, al igual que el Sol, no se deja mirar de frente. No se experimenta la muerte, nos recuerda Epicuro: cuando tú eres, la muerte no es; cuando la muerte es, tú ya no eres. La soledad, por el contrario, es una experiencia frecuente (por no decir continua) y directa, muy difícil de aliviar de una forma mínimamente satisfactoria en vuestro mundo cruel. La necesidad de engañarse con respecto a la soledad es mucho más inmediata y apremiante que la necesidad de engañarse con respecto a la muerte. Por eso el amor es vuestro mito básico, nuclear…
—Hablas como si no se hubiera avanzado nada desde el Romanticismo.
—Romanticismo, tú lo has dicho: ésa es la palabra clave, la palabra terrible… Romanticismo es creer que la lluvia es el eco de tus lágrimas. Romanticismo es conocer el valor de todo y el precio de nada. Romanticismo es morir por una idea en vez de luchar por ella. Romanticismo es perderse en un jardín. Romanticismo es desenterrar el cadáver de la amada después de haberla enterrado viva. Romanticismo es señalar con el ombligo y confundir el ombligo con la Luna. Romanticismo es confundir el corazón con el culo y el culo con las témporas… El romanticismo es, en última instancia, una estética de la desesperación, y, efectivamente, habéis avanzado muy poco desde el siglo XIX: el Realismo no ha pasado del papel impreso, al menos en este terreno. Las presuntas actitudes «realistas» o «progresistas» frente al amor rara vez van más allá de una mera puesta al día del mito (con lo que, por cierto, contribuyen a su perpetuación). Del mismo modo que el matrimonio se flexibiliza oficialmente mediante el divorcio (flexibilidad extraoficial siempre la ha tenido, sobre todo para los varones), el amor, para sobrevivir en una época presuntamente racionalista y desmitificadora, se despoja de sus pretensiones de absoluto y eternidad. Pero no es una renuncia sincera: las edípicas ansias de una fuente de placer y seguridad plena, incondicional, continua y exclusiva siguen latentes; sigue vivo el deseo de anexionarse a otra persona (no en vano se usa el término «conquistar» como sinónimo de enamorar), de recuperar el estatuto edénico, el tiempo circular en el que la madre era la mullida fortaleza de un ego de límites difusos (Liebe ist Heimweh, como dicen los teutones). Mientras no desenmascaréis el amor como mito paralizante, mientras no dejéis de considerarlo una especie de bello milagro y empecéis a contemplarlo y tratarlo como un trastorno afectivo-sexual…
—Ya lo hacemos. En el lenguaje coloquial se alude a menudo al carácter traumático del amor: se habla del «mal de amores», de la «fiebre amorosa»… Los brasileños son aún más explícitos y usan «tarado» como sinónimo de enamorado…
—Sí —convino el bibliotecario—, y no en vano se representa a Cupido armado de arcos y flechas. Pero está tan arraigada la religión del amor, que ni siquiera el admitir abiertamente que se trata de un dios ciego y tiránico impide que lo sigáis adorando de una forma u otra… El terrible adagio «del amor al odio no hay más que un paso» debería bastar para despertar en el más ingenuo la sospecha de la morbosidad del amor. Amor y odio son las dos caras de la moneda afectiva en curso, acuñada en una perversa aleación rica en violencia, miedo, mentira… Son las dos caras de la incomunicación, y por eso están tan próximos, es tan fácil pasar del uno al otro, incluso confundirlos. Si los humanos pudierais conoceros de verdad, comprenderos, colaborar, desarrollar la solidaridad y la compasión, desaparecerían tanto el odio como su reverso, su par dialéctico, el amor compulsivo. Y sólo habría amistad, amistad epicúrea, más o menos íntima, más o menos erótica, pero siempre respetuosa de la identidad, ajena, abierta, libre…
—Pero…
—Hay que evitar la común falacia —me cortó el bibliotecario, anticipándose a mi objeción— que supone pensar que los aspectos negativos de este amor, compulsivo, a un paso del odio, son defectos extrínsecos, accidentes aislables de una hipotética «esencia» del amor, pura y luminosa… Hay que comprender que son elementos intrínsecos, inseparables, consustanciales… La posesividad y la dependencia engendran necesariamente celos, angustia, frustración, y la frustración se traduce en agresividad o depresión (la peor de las agresiones).
»Pobres mamíferos semipensantes… No es fácil combatir la arraigada tendencia a considerar el amor como algo cierto-bueno-bello y empezar a enfrentarlo como una forma de alienación. La mayoría de los humanos contempláis y vivís el amor como algo superlativamente auténtico y personal, expresión del núcleo mismo del ego y fuente primordial de las gratificaciones más intensas y elevadas… Y eso a pesar de que la evolución misma de los procesos amorosos se encarga de “desengañarnos”, ya sea mediante una decepción brusca o un enfriamiento gradual jalonado de decepciones menores. Cumplido su objetivo de atomizar (moleculizar) a la sociedad, el amor suele revelar su engaño básico. Pero muchos se niegan a verlo, tan inevitable e irreversible les parece la situación. Y de los que reconocen el fracaso, la mayoría lo atribuyen a fallos personales o a circunstancias adversas, resistiéndose a ver la falsedad básica del planteamiento mismo.
»E incluso entre los presuntos eroescépticos, la mayoría buscan sucedáneos más que alternativas, y en última instancia lo modifican aún más, al considerarlo algo demasiado bello para ser verdad, y trivializan otro tipo de experiencias eróticas (o buscan directamente lo trivial por desesperación o cobardía).
»Estas formas espurias de escepticismo, resignación o desengaño no se oponen a la mitología amorosa sino que, por el contrario, la refuerzan, en la medida en que desvirtúan las causas de la frustración y desvían la subsiguiente agresividad de sus auténticos objetivos: el propio mito del amor y la ideología que lo informa.
—Así que el círculo de los lujuriosos está lleno de cantos al amor y a la patria —comenté tras una pausa.
—¿Y qué esperabas encontrar aquí?
—Pornografía, adulterio…
—El matrimonio es el adulterio, la adulteración suma, del mismo modo (y por la misma razón) que la propiedad es el robo. La abyecta institución conyugal adultera la sinceridad, la espontaneidad, la lealtad, la ternura y la constancia con sus más viles sucedáneos: la adulación, el deber, la fidelidad, la cortesía, la cohabitación… Y eso en el mejor de los casos, pues lo más frecuente es que incluso estos sucedáneos sufran ulteriores degeneraciones… El matrimonio es el adulterio, y, por supuesto, aquí encontrarás, en lugar destacado, todos los libros que lo exaltan o justifican.
»En cuanto a la pornografía, si contribuye a perpetuar la imagen de la mujer como objeto sexual (lo cual ocurre la mayoría de las veces, sobre todo en esa pornografía blanda y solapada que infesta la publicidad y los medios de comunicación), está en el Séptimo Círculo, pues en ese caso es una forma de violencia, y de las peores. De no ser así, no tiene por qué estar en esta biblioteca, puesto que la mera gimnasia sexual sólo ofende a los fariseos.
—La mera gimnasia sexual sólo ofende a los fariseos —repetí—, pero sólo satisface a los filisteos… ¿Cuál es el «camino medio» (en este terreno, Buda se olvidó de indicarlo claramente) entre el trascendentalismo y la superficialidad, entre el amor romántico y el sexo bruto? ¿Cómo deberían ser las relaciones erótico-festivas?
—Las relaciones erótico-festivas, valga el pleonasmo (pues erotismo y afectividad son conceptos muy afines, por no decir equivalentes), no deberían ser de ninguna manera preconcebida, puesto que cada relación ha de encontrar (ha de crear) su forma y su camino… No deberían generar el nefando binomio posesividad-dependencia. No deberían conllevar la disparatada pretensión de tener un destino común, de «compartir la vida». No deberían reconocer ni respetar más reglas que aquellas que, sin coacción ni control, presiden una buena amistad… Una versión epicúrea (o budista, si lo prefieres) de ese foedus amicitiae que el pobre Catulo invocaba en su desventurada relación con Lesbia, podría ser un primer paso.
—¿No puedes ser más preciso?
—No, no puedo. Ni yo ni nadie. Sólo podemos vislumbrarlas, las posibles alternativas al amor tal como hoy se vive y entiende, ya que van ligadas a condiciones psicológicas y sociales radicalmente distintas… Sólo podemos hacernos una idea vaga del «amor libre», por la misma razón que no podemos hacernos una idea clara de una sociedad libre, ya que ambas cosas, afectividad no represiva y sociedad no represiva, van indisolublemente unidas, se determinan mutuamente, del mismo modo que se determinan mutuamente el amor enfermo y la sociedad enferma actuales…
—Quiero decir —lo interrumpí— si puedes ser más preciso con respecto a ese pacto de amistad epicúreo-budista entre enamorados que propones.
—Bueno, podría ser algo así como: Puesto que hemos contraído juntos la fiebre amorosa, ayudémonos mutuamente a superarla, a evitar que sus delirios nos confundan y arrastren. Salvemos nuestro inflamado afecto de sus propios excesos, igual que se cuida de un niño impetuoso para que no se haga daño y pueda crecer fuerte y sano. Extrememos las cualidades propias de las amistades excelentes: sinceridad, lealtad, ayuda desinteresada, respeto a la identidad… No alimentemos el afecto con la necesidad sino con la libertad. Luchemos juntos contra la posesividad, la dependencia, los celos. Desandemos juntos, y con los ojos abiertos, el camino del incesto, yendo del erotismo a la fraternidad…
—Parece un buen programa —admití—. Intentaré ponerlo en práctica en cuanto encuentre una compañía más estimulante que la tuya.


Carlo Fabretti, El Libro Infierno.